Claves:

  • La exhortación apostólica en el espíritu de Laudato Si’ actualiza el panorama del cuidado de nuestra casa común.
  • La ciencia ha puesto de relieve la profundización de los desafíos ecológicos globales.
  • Un panorama económico, político y socioambiental diferente tras la pandemia global de la COVID-19
  • La guerra perturba la paz, desencadena la afluencia de refugiados y socava los acuerdos medioambientales internacionales.
  • La crisis climática mundial es evidente: temperaturas récord, deshielo Ártico-Antártico, sequías extremas, tormentas, incendios forestales, pérdidas de vidas humanas y daños.
  • A pesar de la urgencia, los intereses creados ralentizan las decisiones internacionales.
  • La creciente urgencia exige una respuesta tanto para la preservación del medio ambiente como para la ayuda a los desfavorecidos.

El anuncio reciente del Papa Francisco de que pronto nos regalará una actualización, en forma de una nueva exhortación apostólica, de la encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado de la casa común es motivo de  renovada esperanza. Con esta carta fechada en mayo del 2015, hace ya ocho años, Francisco quiso entrar «en diálogo con todos a cerca de nuestra casa común» (LS 3), sobre el modo en que estamos «construyendo el futuro del planeta», con la certeza de que es posible un desarrollo humano e integral respetuoso del ambiente (LS 14). 

En ese entonces, el contexto global era desafiante: corría ya el 5to ciclo de Informes sobre Cambio Climático del Panel de Expertos de la ONU (IPCC, 2013-2014), el cual advertía de la crisis climática. Pero la ciencia permanecía ignota a la hora de la toma de decisiones políticas internacionales, concretas y audaces. Sin embargo, pudo ocurrir que la carta de Francisco se posara en el ambiente de la 21ra Cumbre Climática de París (COP 21) en aquél año y, por fin, se llegara a un acuerdo vinculante que reconociera el problema, «el qué», de la emergencia climática: así surgió el Acuerdo de París en diciembre del 2015, escuchando a la ciencia y al clamor de tantos países afectados. 

Desde el punto de vista de la fe, la Enseñanza Social de la Iglesia contenida en Laudato Si’ nos muestra que el clima – y por extensión, la biodiversidad – es un bien común, de todos y para todos (cf. LS 23). Por otro lado, ha puesto en evidencia que en las Cumbres mundiales sobre el medioambiente prevalecen otros intereses mezquinos por sobre el bien común (cf. LS 54).

La Iglesia entiende el principio del bien común, en el marco de la moral social, como aquellas condiciones sociales que hacen posible que todo grupo humano, y sus miembros, logren su propia plenitud humana. El bien común tiene como centro el respecto de la dignidad de la persona humana  (cf. GS 26). Por lo tanto, el bien común concierne a la vida de todos y comprende aquellos bienes que todos necesitamos, pero que ninguno de nosotros puede adquirir por sí mismo sino que necesita de la colaboración de toda la creación: son ejemplos tanto el clima, el agua, la biodiversidad como la armonía y paz. El bien común es para la sociedad lo que la dignidad humana es para el individuo. Sólo podemos llegar a ser plenamente humanos si formamos parte de una red de relaciones humanas y naturales respetuosa del bien común que nos permita alcanzar esa plenitud.  

De esta manera, Laudato Si’ ha sido una apuesta del Papa Francisco por dejar en claro cuáles son las exigencias del bien común, fuertemente ligadas a las condiciones sociales de cada época en respuesta al respeto y a la promoción integral de la persona y sus derechos fundamentales (cf. GS 26). Por eso, nos recuerda la encíclica, «la ecología integral es inseparable de la noción de bien común» (LS 156); es más, el principio del bien común es «un llamado a la solidaridad» y «opción preferencial por los más pobres» que incluye además «a las generaciones futuras» (cf. LS 158, 159). 

En este sentido, una actualización de la carta encíclica Laudato Si’ no ha de ser sorprendente sino esperable. Actualizarse es propio del quehacer teológico y pastoral de la Doctrina Social de la Iglesia, como indica Gaudium et Spes: «el transcurso del tiempo y el cambio de los contextos sociales» requieren «una reflexión constante y actualizada … para interpretar los nuevos signos de los tiempos» (DSI, 9).

Ocho años han pasado desde el primer envío de Laudato Si’, y los signos de los tiempos, que las ciencias humanas nos ayudan a descifrar, nos muestran que los desafíos que enfrenta la humanidad se han profundizado dramáticamente desde entonces. 

Hoy, el contexto económico, político y socioambiental es distinto: la pandemia de la COVID-19 trajo consigo una crisis económica prolongada en muchos países, con aumentos generalizados de pobreza y aislamiento social; una guerra mundial a pedazos ha traído consigo inestabilidad en la paz de los pueblos, más refugiados, y el resentimiento de los frágiles acuerdos internacionales en pos del cuidado del planeta que habitamos para el bien de las generaciones futuras y de los pobres de hoy. 

Frente a ello, el último 6to ciclo de Informes sobre el Cambio Climático del IPCC (2021-2023) nos ha enrostrado que la crisis climática global no se detiene y comienza a hacerse sentir con toda su furia: records de temperatura en mares y ciudades, derretimiento del mar Ártico y de los hielos de la Antártida, sequías extremas, tormentas severas e incendios forestales copan las noticias internacionales, con sus respectivas pérdidas de vidas y daños económicos. 

Unido a ello, la biodiversidad del océano y de los grandes bosques tropicales, como el Amazonas, el Congo o Borneo, sumideros clave de dióxido de carbono en la Tierra, sigue estando bajo presión debido al calentamiento global, la sobreexplotación y la acidificación, en el caso del océano (cf. LS 40-41), y a la deforestación para agricultura, el desarrollo de grandes infraestructuras y las industrias extractivas, en el caso de los bosques (cf. LS 38). Estas últimas contribuyen a agravar la crisis climática y perjudican directamente a las comunidades indígenas que habitan las regiones y desempeñan un papel clave en su conservación (cf. LS 146).

La ciencia del clima lanzó el ultimátum: la ventana temporal de actuación es esta década, y no puede ir más allá  del 2050 para comenzar a mitigar la crisis climática, poniendo fin a la era de los combustibles fósiles. Pero todavía hoy, como en el 2015, los intereses particulares y económicos de unos pocos ralentizan las decisiones en las reuniones internacionales (cf. LS 169). 

Es decir, el diálogo internacional y las decisiones importantes de «cómo», «quién» y «cuándo», encontrar, ejecutar y aplicar soluciones a la crisis climática, ambiental y social, siguen el derrotero de la procrastinación. Hoy por hoy, no sobra tiempo que perder y todo indica que el Acuerdo de París necesita ser complementado de forma inminente con una hoja de ruta que establezca las responsabilidades, las acciones climáticas justas y prioritarias, y los plazos, que cada vez son más apretados. El clamor de la tierra y el clamor de los pobres así lo demandan.

¿Será en este sentido que esta exhortación apostólica basada en Laudato Si’ continúe su diálogo abierto y sincero con todos los hombres y mujeres de buena voluntad? Pensamos que sí, y sobre todo, será un aire renovado de esperanza para seguir apostando por la humanidad. 

Mientras aguardamos esta exhortación del Papa, en el Movimiento Laudato Si’ seguimos comprometidos con una hoja de ruta que nos lleve a la conversión ecológica individual y colectiva, a través de acciones concretas de incidencia y cambios de estilos de vida por parte de nuestra amplia membresía y de los animadores, capítulos y círculos Laudato Si’. La Plataforma de Acción Laudato Si’ es un ejemplo contundente de este itinerario.

La comunidad Laudato Si’ además de la acción, es una red global de solidaridad y oración. 

Al igual que con la encíclica, nuestra fe renovada en Dios Creador nos une en una vocación renovada para cuidar la creación a través de la justicia climática y de la biodiversidad, junto con otros, en solidaridad con todas las criaturas. 

Sólo así seremos un movimiento de renovación de la fe dentro de la comunidad eclesial mundial. Movimiento en  el que hay esperanza de cambio hacia un mundo mejor y sostenible, porque sabemos desde esta fe que las cosas pueden cambiar.